Logré despachar el encargo con más o menos fortuna en el plazo fijado, pero las fotos de la oreja siguieron pegadas a la pared, en parte por el latazo que era despegarlas, y en parte porque su contemplación se había convertido para mí en algo cotidiano.

Ante ella experimentaba la mayor atracción jamás sentida en toda mi vida hacia una parte cualquiera del cuerpo humano, incluidos, naturalmente, los órganos genitales. Tenía la sensación de encontrarme en el centro de un gran torbellino.
Una de sus curvas cortaba decididamente la foto de arriba abajo, con una audacia que superaba todo lo imaginable; otras creaban pequeños islotes de sombra misteriosamente delicados y llenos de secretos; de otras parecían emanar innumerables leyendas, como si de antiguas pinturas murales se tratara. La suavidad del lóbulo de aquella oreja, en especial, no tenía parangón sobre la faz de la tierra, y en esponjoso espesor de su carne resultaba más deseable que la propia vida.
"La caza del carnero salvaje" HARUKI MURAKAMI
No hay comentarios:
Publicar un comentario